Colaboración con la Web de Jorcas
Hablemos de Jorcas y de muchas cosas
más
"...y allí, ajeno a mis bobas
e inconexas ideas, tu pueblo, como el mío, desgranará
su pasado para poder plantarle cara al presente. Sus calles despobladas,
por donde otrora corrió la vida, albergan la ceniza de sus
suertes.
Jorcas, hablo por la boca de un borracho
en fiestas, es una de esas reservas en las que se puede encontrar
la propia personalidad orinando a nuestro lado en una tapia. Sentirse
acogido y desplazado es todo uno. Todo depende del pie con que se
entra. Como en el mío, Jorcas y Aguilar son primos hermanos.
Los dos han hablado con dios, es decir, consigo mismos. Los dos
han condenado al ostracismo al hijo disidente y los dos han llorado
su destierro, han dado marcha atrás. Cuando lo vieron irse,
todo fue perdonar. Todo fue, en fin, pedir un cubata más.
Seguir la fiesta. Beber para olvidar.
De tu pueblo conservo sesiones impagables
de Joaquín Carbonell, La Bullonera, y José Antonio
Labordeta. La mitificación de tres orquestas que siempre
deseé para el mío: Manacor, Scaner y El Maquinista
de la General. ¿El maquinista? Jé, tiempos eran tiempos;
noches y noches, mirando las estrellas, sobre el halda de la montaña
de la plaza; apretujones en la tasca y el rostro de la multitud;
alguna chica que no llegó a mirarme y un conato de tristeza.
Lo indecible.
Jorcas, con mi humana franqueza, ni eso guarda
de mí. Preso del alzheimer, intuye que el recuerdo es el
primer paso de la decadencia, pero no sabe por qué. Aguilar
le va a la zaga. Los dos, seculares abuelos en la distancia, forman
un tándem hacia el vestigio. Cuando un hijo les dice adiós
fingen un grano en el ojo y giran el rostro para que no se les vea
llorar. Cuando el coche se aleja, pasan revista a los que se irán.
Conocen su destino. Cuentan con nuestras Flores el día final.
Para qué engañarnos, yo también conocí
a nuestros pueblos cuando cojeaban. Hoy postrados en su cama, cuentan
los días que le faltan. En verano, quince, veinte días
a lo sumo, su prole va a cumplir con su moral. Luego, si te he visto,
no me acuerdo.
- ¿Cómo está tu pueblo?
- les pregunta un amigo.
- Mal, cómo va a estar?
y sigue tan pancho. Cualquiera diría
que les importa un pijo. Yo creo que no es verdad. Sufren por dentro,
el corazón les late corroído en el último suspiro
de una metáfora. No lo reconocen porque está mal vista
la nostalgia, porque " de lo mediocre a lo sublime hay un paso"
y nadie quiere hipotecar su maravilla por una lagrimilla en pro
de la morriña. ¡Espantosa cacofonía! ¡Espantosa
creencia!
Con los años, a la salida de un sueño
resbaladizo, alguien nos anunciará la muerte de nuestro pueblo.
También nos sentiremos, por andar, culpables. También
maldeciremos las compañías no prestadas. Nosotros,
como los padres de aquél mi compañero, sabremos de
su pasado por las fotografías y nuestras vivencias. Nuestros
hijos, en su gran ciudad, entre peldaño y peldaño
de su escalada hacia la cumbre, quizá lo encuentren en una
novela de Delibes. " Mira Papá, un pueblo como el de
tus fotos" . Pero no le harán mayor caso. Las novelas
son ficción, concesiones a lo irreal. Un profe de treinta
y pocos años se lo habrá dicho. Un profe sin pueblo,
pero cualquiera discute a la autoridad...."
Anónimo. 1998 aproximadamente
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