Web de la villa de Jorcas, Teruel


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Última actualización: 2005-12-28
 

 

Colaboración con la Web de Jorcas

Recordando la infancia.

Los que nacimos en un pueblo como Jorcas entre los años treinta y cuarenta pertenecemos a una de las últimas generaciones que ha visto el mundo en su estado natural. El agua de los ríos era cristalina y sabía sólo a agua. las personas podían irse al campo durante todo el día y dejar las puertas de las casas abiertas confiadamente, las emociones se expresaban a flor de piel sin rodeos, los hombres y las mujeres bregaban contra heladas y pedriscos para sacar adelante a sus familias, el cierzo era puro y lossabañones también picaban como condenados.

Cuando veo a mis hijos aprendiendo a conocer el universo a través de la televisión y el ordenador me viene a la memoria aquella infancia libre y callejera en la que creímos que el mundo se terminaba poco más allá de las montañas de la Muela, la Pedriza las Peñas RoYas o lo más lejos la Virgen de la Peña de Aguilar, tan ingenuos eramos que nos imaginábamos que con una buena escalera desde cualquiera de las montañas que lo rodea podíamos tocar la luna en muchas ocasiones he pensado por qué si Jorcas está ubicada de tal manera que su horizonte se c ierra sobre sí mismo como una especie de mejillón triangular del que en aquella época apenas se salía hasta que se era llamado a filas o se marchaban a servir. Sin embargo sabíamos que había muchas gentes y lugares más allá de esos montes y no sólo porque durante las veladas de inviernos habíamos oído hablar a nuestros padres de sus experiencias, parte de ellos hacían de pastores trashumantes, pasaban el invierno por el levante mientras las mujeres se quedaban al cuidado de los hijos y los ancianos, los pequeños pasábamos los inviernos patinando por las heladas calles en particular la del Pozico Aragón que se convertía en una pista de hielo, y jugando al frontón.

Pasábamos la época de los Maquis, las evacuaciones de las masías, teníamos en el pueblo maestro, practicante, secretario, dos escuelas, la Guardia Civil y el cura que venía de Allepuz, también pasaba todos los días el Coche Correo por Santa Agueda que hacía el recorrido de Aliaga a la Estación de Mora, nos traía la correspondencia y algún viajero, de vez en cuando aparec ían en la plaza vendedores y charlatanes. Durante el verano al igual que las golondrinas y vencejos, solía venir algún veraneante y las chicas que habían marchado a servir.

Cuando ya estaba concluyendo la siega llegaban los cazadores con sus fanfarrias de perros y escopetas y el verano ponía su fin con la Virgen de la Vega. Pero además quién podía ignorar la existencia del Gobierno del Generalísimo e incluso los americanos a la entrada de los pueblos, estaba el yugo y las flechas y al acabar la jornada escolar nos hacían cantar el Cara al Sol y recibíamos un vaso de leche yanqui; para pagar los impuestos nos tenían que quitar la comida pues las economías eran muy precarias. En la época aquella el Estado nunca daba nada siempre pedía, dinero, patatas, trigo, corderos y mozos. Por todas estas experiencias y otras que no expongo, sabíamos que existía un mundo ancho, lejano y misterioso mucho más allá pero también sabíamos que existía un pasado que podíamos imaginar más glorioso que el presente que nos tocaba vivir, pues jugábamos perdiendo el infinito tiempo de nuestra infancia, cuántas batallas de nieve y carreras en la plaza en la piedra y eras, cuántas horas mirando el horizonte desde el Castillo, el Picarezo, las Peñas RoYas y el Morrón de la Horca.

Alguien debería tener la paciencia de reconstruir esa época y traemos fresca su memoria. Aquel tiempo y aquel mundo eran entrañables, muy manejables; La plaza parecía el centro del tJniverso, las fiestas de carnaval, San Pedro Mártir, con su día de la Abuela que era única, La Virgen de Agosto, la Romería a la Virgen del Campo de Camarillas en Pascua de Pentecostés y durante el regreso se pasaba por Aguilar... Todo parecía detenido e inmóvil. De pronto se aceleró la historia, algunos se fueron a estudiar y para la mayoría nos llegó la gran emigración del “desarrollismo"; las familias nos desperdigamos, muchos campos se abandonaron, las casas y masías se cerraron, los pajares se vinieron al suelo...

El Jorcas de ahora es otro pueblo, viviendo la vida mucho mejor sin duda, y disponiendo de más y abundantes recursos. Al recordar aquellos tiempos no me mueve ninguna añoranza, desde luego. No quiero volver a las patatas picadas con poco aceite como único plato para la cena, ni le deseo a nadie aquellos sabañones, aquellas escuelas del sopapo y el reglazo, la misa obligada todos los días festivos y las multas si trabajabas en festivo, las pulmonías y cólicos misereres de la gente mayor. Pero como me gustaría tener un recuerdo más preciso de tantos vecinos, compañeros de escuela y amigos de los que el susurro del viento ya no me trae noticias, pero todos ello forman parte de mi experiencia en el mundo. Para los de mi generación esa experiencia está agazapada como las brasas debajo de la ceniza, criados en un mundo rural, pobre hemos tenido que circular por mundos urbanos y profesiones diversas, pero estemos donde estemos sabemos que tan sólo hace falta un soplo sostenido para hacer fuego de la lumbre. Esa lumbre se llama JORCAS.

Fermín Villarroya Villarroya (Barcelona, l999)

 

   
Comisión de Fiestas de Jorcas

 

 
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